Mi “yo, viejito”

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Imaginen a una persona que ya llegó a su edad de retiro y está tramitando su pensión bajo el esquema de las AFORE. Es un persona de edad avanzada, a la que ya le faltan fuerzas, y para la que su mayor preocupación es qué va a comer mañana, pues antes de jubilarse no era pobre, pero ahora que recibe su raquítica pensión, lo es. Tiene muchas preocupaciones, está enfermo, no le alcanza para sus medicamentos. Los amigos, la familia y las ilusiones cada vez son menos y, además, no se cuenta con ellos. A sus hijos apenas les alcanza para sacar adelante a sus familias y sumado a eso, no tienen tan buena relación, y no hay el gusto, amor o interés por apoyarle. Esta persona nunca pensó en este momento, confió en que tras su jubilación seguiría trabajando en su vejez, como terapia ocupacional, olvidó que su pensión sería sólo un pequeño porcentaje de su último sueldo y aunque tuvo la oportunidad de ahorrar, nunca lo hizo y siempre halló otras prioridades para esos remanentes. La pensión no le alcanza para seguir viendo a sus médicos de antes y ahora tiene que hacer grandes filas, esperar largas jornadas y muchas semanas para ser atendido y recibir sólo parte de su medicamento de la seguridad social.
Es lamentable, pero como esta persona, hay y habrá cada vez más en nuestro país, pues entre la falta de información (y que tampoco la buscamos), nuestra cultura laboral, la falta de sueldos dignos, el desempleo, la poca cultura del ahorro, la escasa previsión social, lo único que queda es aferrarse a la vida por más triste, cansada, injusta y deshumanizadora que a veces les parezca.
Hablar de pensiones en la cultura laboral mexicana es muy complicado. Por una parte, para el estrato de personas con una edad más cercana a la pensión, el tema parece tabú, intocable en la familia y mucho menos en el trabajo, pues eso puede abrir otras situaciones y hasta presiones que pocos desean correr; por otra parte, la gente con menor edad de vida y laboral, lo ve muy lejano y no lo tiene contemplado entre sus prioridades a corto y mediano plazo.
Una pensión es una prestación económica destinada a proteger al trabajador al cumplir al menos 60 años de edad. La Ley del Seguro Social (IMSS) prevé dos tipos de regímenes por los que los asegurados pueden pensionarse (Ley 1973 y Ley 1997), y cada una determina las condiciones que se deben cumplir para el otorgamiento de una pensión.
Para pensionarse por la Ley 1973 es necesario haber cotizado en el IMSS antes del 1° de julio de 1997, tener más de 60 años de edad, contar con un mínimo de 500 semanas cotizadas en el IMSS (en promedio son 10 años laborados) y, encontrarse sin relación laboral (no estar trabajando como empleado); el cálculo de la pensión se da mediante un promedio de los últimos 5 años de la trayectoria salarial. El monto de la pensión tiene una duración vitalicia y se actualizará con la inflación cada año, además de que contempla un pago adicional de aguinaldo equivalente a un mes de pensión.
En cambio, la Ley de 1997 es menos benévola, ya que se requiere haber cotizado a partir del 1° de julio de 1997 (nuevo ingreso al IMSS), tener más de 60 años de edad, un mínimo 1,250 semanas cotizadas en el IMSS (en promedio son 25 años laborados), estar dado de baja en el IMSS (sin trabajo como empleado), y el cálculo de pensión tiene como base los recursos de la cuenta individual de ahorro (AFORE). En este caso, el monto de la pensión se recalcula cada año con los recursos que van quedando en la AFORE, la duración de la pensión dependerá del cálculo inicial de esperanza de vida del asegurado y no hay pago adicional de aguinaldo.
Hay que considerar que cuanto antes se comience a ahorrar, será más fácil ajustar el presupuesto familiar y el dinero que se acumule en la AFORE puede servir para aumentar el monto de la futura pensión. Cada quien decide cómo quiere vivir su retiro, pero por lo menos hay que darse el tiempo para planearlo y pensar en nuestro yo viejito y cómo deseamos cuidarnos y vivir esos últimos días de nuestra existencia.

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